¿Para qué sirve la educación? Con esta pregunta Robinson introduce su libro, a la cual responde “para capacitar a los alumnos para que comprendan el mundo que les rodea y conozcan sus talentos naturales con objeto de que puedan realizarse como individuos y convertirse en ciudadanos activos y compasivos”. Partiendo de esta visión sobre la educación, vamos a hacer un pequeño repaso por cada uno de los 10 capítulos que en él se recogen.
En el Capítulo 1, se analiza el movimiento de normalización, aún presente en buena parte de las escuelas. La educación constituye una las mayores preocupaciones de los gobiernos de todo el mundo, la razón principal es puramente económica, seguida de motivos culturales, sociales y, en última instancia, personales. Los objetivos por los que se rige este movimiento son: aumentar los niveles académicos y preparar a los alumnos para el mundo laboral. Para tratar de conseguirlos, los reformistas apuestan por un plan de estudios estricto, una instrucción directa y una evaluación centrada en exámenes, entre otras. Pero… ¿está el movimiento de normalización logrando estos objetivos? ¿está haciendo frente a los desafíos económicos actuales? La respuesta es no, de hecho, está teniendo efectos negativos sobre el alumnado y el profesorado. Es en este momento cuando, por primera vez, se plantea la necesidad de un cambio educativo urgente y radical.
El sistema educativo de masas surgió como una necesidad frente a los cambios que la Revolución Industrial del siglo XIX supuso, el cual va a constituir el eje central del Capítulo 2. Nos encontramos pues ante un tipo de educación basada en fines de carácter industrial, cuyo fundamental propósito es moldear a los alumnos para que reúnan unos determinados requisitos. Se trata de un sistema de ganadores y perdedores que trata a los alumnos como productos y no como personas que son, con diferentes opiniones, sentimientos, motivaciones, etc. Este modelo educativo centrado en la producción y el rendimiento, quizás fue eficaz durante un tiempo, pero a día de hoy no lo es. La educación del siglo XXI debe marcarse otras metas en las que el alumno sea considerado como un individuo con un potencial y unos talentos únicos.
A partir de algunos ejemplos sobre prácticas educativas innovadoras en centros escolares de diferentes partes del mundo que Robinson nos cuenta de primera mano, vemos que el cambio es posible. En el Capítulo 3, conocemos lo que se necesita para cambiar cualquier tipo de situación: una crítica de la visión actual, una visión de cómo debería ser y una teoría transformadora para pasar de una realidad a otra. A pesar de las restricciones que impone el gobierno, todas las escuelas tienen la posibilidad de cambiar. Debemos empezar por modificar pequeños hábitos, si una persona comienza el cambio, los de su alrededor también se sumarán a él, se desencadenará un efecto dominó. Cualquier transformación del sistema educativo debe adoptar un enfoque que tenga en consideración a todos los componentes del mismo, desde las propias escuelas, hasta los políticos, las organizaciones culturales locales y algunos líderes empresariales.
El fin último de la educación es el aprendizaje, tema del que se ocupa el Capítulo 4. Los niños son aprendices innatos, en cambio, a la hora de aprender presentan dificultades y se sienten desmotivados. El problema no radica en su incapacidad de aprender, sino en la metodología que se les impone. Para poder desarrollar sus capacidades innatas, debemos crear sistemas educativos personalizados que se adapten a las capacidades reales de cada alumno. Robinson, afirma que la personalización de la educación debe sustentarse en estas 4 ideas: reconocer que la inteligencia es diversa y polifacética, capacitar a los alumnos para desarrollar sus intereses y cualidades personales, adaptar el horario al ritmo de aprendizaje de cada alumno y emplear métodos de evaluación que estimulen el progreso y el rendimiento personal de los alumnos.
Llegamos a la mitad del libro, al Capítulo 5, donde descubrimos en qué consiste enseñar, que más allá de ser una simple profesión, es un arte. Una de las claves para transformar la educación es la enseñanza, que ha de combinar el enfoque tradicional (basado en la instrucción directa) y el progresista (partidario de la exploración). Aquí, el papel que desempeña el profesor va a ser fundamental, puesto que será el encargado de crear las condiciones óptimas para que tenga lugar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Todo profesor tiene 4 funciones principales: motivar a sus alumnos, facilitar el aprendizaje, tener expectativas positivas sobre todos y cada uno de ellos y capacitarles para creer en sí mismos y aprender de una forma autónoma.
Todo proceso de enseñanza-aprendizaje no se basta por sí solo, necesita de un plan de estudios, esto es, un esquema estructurado en el que se recoge todo aquello que los alumnos deben aprender. En el Capítulo 6, se recomienda que el plan de estudios parta de 8 competencias (curiosidad, creatividad, crítica, comunicación, colaboración, composición, calma y civismo) que, una vez adquiridas, capacitarán a los alumnos para afrontar todo tipo de desafíos. El plan de estudios que necesitamos actualmente ha de ser dinámico, combinar los programas técnico-profesionales y académicos, favorecer la interdisciplinariedad, ofrecer al alumno la posibilidad de partir de sus intereses y talentos y favorecer la creación de vínculos colaborativos dentro de la comunidad educativa.
El Capítulo 7 sostiene que la evaluación constituye una de las partes más importantes del proceso educativo, no su principal fin. Los exámenes normalizados se han convertido en una obsesión, condicionando la metodología empleada dentro de las aulas. La información que nos aportan es escasa y poco profunda, debemos evolucionar hacia otros métodos de evaluación que no se centren en el “qué sabemos” sino en el “qué somos capaces de hacer con lo que sabemos”. La evaluación real debe tener en cuenta el contexto y las dificultades propias del aprendizaje, así como los gustos y las opiniones de los alumnos; además, cada escuela debe poder elegir libremente el sistema evaluativo que más se adapte a las características de su alumnado.
Para que una escuela funcione correctamente es necesario un director que ejerza el liderato con pasión y visión de futuro. A lo largo del Capítulo 8 encontramos las claves para ser un buen director: apreciar la individualidad del alumnado, despertar su motivación y buscar el desarrollo de su potencial, servir como fuente de inspiración, crear un sentido de comunidad, provocar que la escuela avance en un clima de cambio constante y se adapte a él, personalizar el entorno escolar y crear un plan de estudios y un método de evaluación que mejore el rendimiento. Es importante destacar que la actuación del director será fundamental para conseguir el cambio, pero por sí solo no puede, necesita de la comunidad (profesores, alumnos, padres, personal, etc) para hacerlo posible.
La colaboración familia-escuela es uno de los pilares fundamentales para el éxito de la reforma, y eso es precisamente lo que se aborda en el Capítulo 9. Los niños pasan más tiempo en casa que en la escuela, por lo que los padres van a ejercer una gran influencia sobre su rendimiento escolar. Las familias pueden complementar lo que la escuela ofrece, deben dar a conocer las cualidades y capacidades únicas de sus hijos y ayudarles a identificar sus talentos y a desarrollar competencias. Para que se dé este intercambio de información, es necesario que haya comunicación y se establezca una relación de cooperación y confianza entre ambas. La participación activa de las familias es decisiva, pero solo dará resultado si las escuelas la hacen accesible.
Por último, en el Capítulo 10, nos encontramos con que la mayoría de los agentes pertenecientes al ámbito educativo están de acuerdo en que necesitamos un cambio, pero es difícil cambiar algo que culturalmente se ha hecho de la misma manera durante mucho tiempo. Existen muchos obstáculos para lograr el tipo de cambio del que estamos hablando, lo que sí está claro es que si queremos que pase debemos empezar a trabajar desde abajo. Para ello, serán de vital importancia los siguientes elementos: una visión de futuro, incentivos, recursos y un plan de acción. Finalmente, me gustaría resaltar la siguiente frase de Gandhi con la que concluye el libro: “Si queremos cambiar el mundo, debemos ser el cambio que queremos ver”.
En mi opinión, “Escuelas creativas” es un libro que recomiendo a todos los docentes y, en especial, a los que aún están estudiando para ello, porque desde luego, su lectura no te va a dejar indiferente. Robinson, nos demuestra a través de montones de ejemplos que, ese cambio que la educación está pidiendo a gritos, es más que posible, solo depende de nosotros: “asumir la responsabilidad de contribuir al cambio empieza por aceptar que podemos intervenir en ese proceso”.
En él, no esperes encontrar una fórmula mágica y única para llevar a cabo esta revolución porque no la hay. Cada país, cada ciudad, cada centro, cada escuela e incluso cada aula es un mundo totalmente distinto. Es por ello que debemos partir de nuestros alumnos, hacerles protagonistas dándoles voz y voto en su propio proceso educativo, partiendo de sus gustos, considerando sus opiniones, dejándoles tomar decisiones y ayudándoles a encontrar y desarrollar sus verdaderos talentos.
Vivimos en un mundo en el que con un simple “click” podemos encontrar información de todo tipo, ¿qué necesidad hay de que los alumnos sigan memorizando datos y datos sin sentido? Nuestro entorno ha evolucionado y, las escuelas, no pueden quedarse atrás. Debemos preparar a nuestro alumnado para el futuro de ahora, no para el de hace unos años. Las empresas demandan capacidad de adaptación y creatividad (entre otras) y los alumnos han de estar preparados para ello, no sólo a fin de satisfacer las carencias de nuestro mundo, sino para poder vivir una vida productiva y plena.
Yo, pienso poner mi granito de arena y ser partícipe de esta revolución, ¿y tú?
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